EN LA HUMILDAD ESTÁ LA GRANDEZA.
La
humildad además de una virtud, es una actitud ante todo en la vida. En pobreza
o prosperidad, en la abundancia o escases, en la alegría o en la tristeza, en
el júbilo o en el dolor, la humildad es un factor determinante para nuestra
humanidad.
En
la serenidad reflexiva de los años de madurez después del encanto y errores de
la juventud es como mejor se muestra la fuerza de la humildad que
inevitablemente nos conduce a la sabiduría de los tiempos equilibrados para
alivio de nuestras tribulaciones. Nos ayuda a no envidiar lo que otro tiene y
nosotros no lo poseemos.
Por
eso la humildad nos lleva a transitar por senderos de rectitud, de paz y
armonía con nosotros mismos y nuestros semejantes. De ésta forma nos ayuda a
reconstruir lo dañado por la soberbia como es la restauración del diálogo
perdido para no cansarse de entendernos mutuamente, de reconstruir los lazos
familiares y sociales por la falta de comunicación, construir conciencia
ciudadana y a la vez sociedad justa para no dejarnos tragar por la oceánica
ambición donde todo bien perece ahogado, evitando la cultura del desgaste en
los pueblos donde hoy en día todo es descartable sobre todo los seres humanos.
Aprenderemos
a no ser excluyentes, algo a lo que siempre nos han condenado las siniestras
tinieblas de nuestra historia personal y colectiva ya que nos han embarcado por
la vía del maltrato y la degradación con un dulce engaño de fondo de la opresión
del alma y sueños imposibles para hacernos creer que no hay lugar para el
cambio o esperar algo mejor de la vida.
Las
lágrimas de los que sufren son una oración silenciosa que llega hasta el cielo,
dijo el Papa Francisco en su visita a México. A la vez nos invitó a acompañar a
tantas vidas y consolar las lágrimas. Por tanto, levantemos santuarios de
piedad y socorro como embajadores de la gracia de DIOS y María la madre
celestial.
En
una época de ambiciones y muerte donde se siembra la violencia para cosechar
odio y muerte, se hace impostergable la virtud de la humildad en la abundante
riqueza de la esperanza para alcanzar un mundo sin marginaciones ni
humillaciones. No es tarea inútil aunque
sí agotadora, porque los humanos no somos mercancía desvalorizada, somos seres
vivientes con dignidad y aspiraciones, con derechos y deberes donde cada quien
tiene su espacio y su destino.
La
humildad nos ayuda a no ser insensibles ante el dolor ajeno o la maldad, la
ruptura del adormecimiento ante el sufrimiento propio y de nuestros semejantes.
Por
último la humildad nos ayuda a salir libres de la maldad con arrepentimiento y
conversión, nos alumbra la oscuridad de nuestra tragedia humana para volvernos
comprensivos, pacientes y tolerantes. Nos aleja de lo presumido y jactancioso,
entre una sociedad que valora mucho la vanidad y la posesión ostentosa no así
las virtudes.
No
olvidemos que siempre son los humildes los que más pagan el precio de las
injusticias, los pobres son los que siempre ponen los muertos y las víctimas,
usados como carne de cañón, prisioneros del rechazo, el engaño y la
manipulación.
Por
todo esto sabremos que la humildad es un don imprescindible para vivir en esta
vida y que viene de DIOS porque es su manantial infinito y nos la ofrece sin
reservas. Por eso es que en la humildad hallaremos siempre la grandeza de vivir
dignamente.
Sigamos
el ejemplo de aquel humilde recién nacido en Belén que siendo un gran Rey,
prefirió nacer en una gruta sobre un pesebre, para darnos riqueza con su
pobreza.
MARLON JOSÉ NAVARRETE ESPINOZA.
DICIEMBRE 22, 2018.