domingo, 29 de marzo de 2020

DE RODILLAS FRENTE AL INVENCIBLE.

Nuestra insignificante pequeñez ha quedado al descubierto frente a un enemigo tan inesperado como sorpresivamente muy letal. Escondido en el anonimato, a oscuras y muy silencioso esperando su momento oportuno, nos ha atacado con tal ferocidad que somos prisioneros del miedo, el pánico, frente a su paso arrollador e implacable. De nada sirven las armas atómicas, los misiles hipersónicos o la infantería sofisticada de última generación que presumen las potencias militares, ni mucho menos que la muy orgullosa y avanzada tecnología digital de nuestra era de computadoras. Un virus cavernario muy antiguo y longevo a la vez, se apoderó de la humanidad, de todo el planeta y lo puso de rodillas. Sin discriminación de razas, pueblos, religiones o ideologías políticas, se abrió paso gracias a nuestro descuido e indiferencia. Este virus no salió de la nada ni se creó por arte de magia, existe junto a otros y las bacterias  desde tiempos remotos. Aprovechó bien nuestro descuido y entro a matar.

Pero cuando hablo de invencible no me refiero al coronavirus, al que se le puede derrotar y exterminar con la medicina e higiene adecuadas, sin dejar de lado la prudencia y la sensatez. Invencible me refiero a DIOS, el único que siempre está a nuestro lado esperando le invoquemos con fe y confianza, algo que al hombre moderno le resulta chocante, absurdo, anticuado y ridículo, tanto así que es tema de mofa, comentarios burlescos y ha llegado a convertirse en un estorbo para la acelerada y avanzada humanidad arrogante que atesora su confianza solamente en el desarrollo científico y tecnológico. La humanidad ha puesto su fe en las máquinas y ha desplazado a DIOS, relegándolo como un sujeto relativo y de poca importancia.

Buscando tesoros hemos encontrado la ruina, nos avergonzamos de DIOS y por eso escondemos el compromiso, somos apóstoles de la evasión y la superficialidad, no sabemos comunicar esperanza, nos alegramos cuando a otros les va mal, nos consume la envidia y nos gusta ser esclavos de los placeres, ávidos de bienes materiales y dinero. Despreciamos la vida honesta y pura que brilla, no queremos sacrificar comodidad y por eso cuando todo se hunde alrededor nuestro, desfallece nuestra confianza, ni podemos soportar serenamente las contrariedades y adversidades.

De rodillas debemos volver a ponernos confiadamente frente al invencible, DIOS único y todopoderoso a como hacen los solitarios, sean los huérfanos abandonados o ancianos del asilo, los más vulnerables con su llanto vibrante y doliente por la mirada triste de alegrías perdidas y sueños fugaces jamás alcanzados, sin embargo en sus corazones está la morada del horizonte donde el infinito DIOS los abraza.

Como cristiano, como católico, escribo estas palabras para quien quiera recibirlas.

Ing. Marlon José Navarrete Espinoza. Managua 29 de marzo de 2020.




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