jueves, 24 de enero de 2019

HERMANDAD EN EL CRIMEN.

Los regímenes autoritarios que llegan a ser con mucha facilidad dictaduras muy brutalmente represivas, lo inician articulando un sistema de hermandad en el crimen mediante la complicidad principalmente de las fuerzas armadas, tanto policía como ejército, a los que corrompen con regalías, privilegios en la estructura   de mando, facilidades para hacerse ricos con grandes negocios fuera de la ley en competencia desleal con la iniciativa privada civil, cargos en el estado con los mejores y más jugosos salarios, sobornos y prebendas lucrativas para comprar lealtades, silencio cómplice y prebendas para no actuar ante las injusticias, sin importar  cuánto se sacrifica al pueblo ni qué tanto se prolongue la brecha entre oprimidos y opresores y por eso es que su sobre vivencia llega a depender tanto de la del dictador mismo.

De la misma manera, las filas de los cuerpos armados la llegan a integrar jóvenes marginados en extrema pobreza, delincuentes, gente de los estratos sociales más pobres, enfermos mentales, psicópatas,  desviados y resentidos sociales y gente explotada que ven en esas oportunidades una salida a su miseria y por tanto no se enrolan por amor y servicio a la patria sino de qué mejor manera le sacan provecho o ventaja a la tiranía haciéndose a la vez instrumento de represión y muerte sin escrúpulos ni límites en sus actuaciones, al margen total de lo que significa un servidor público, un patriota, un defensor del pueblo.

Normalmente los dictadores se creen seres divinos, iluminados por una fuerza superior y por eso creen que se les debe rendir pleitesía, aplausos sin sentido, sujetos de recibir idolatría y admiración por creerse seres extraordinarios por lo que también se creen dueños de la vida de sus pueblos al que masacran a gusto y antojo desde la cumbre de la impunidad y la soberbia.

Someten a sus ciudadanos a la deshonra y la humillación con todo placer, disfrazados de falsa humildad dicen defender a los pobres pero es a los primeros que sacrifican sin compasión. Ellos, las víctimas que no pueden hablar desde su sepultura para defenderse o expresarse, esperan que nosotros seamos su voz de reclamo al amparo de la verdad, haciendo brillar la justicia y la paz para su descanso eterno. Tantas posibilidades desaparecidas o destruidas en cada asesinato de cada persona que quizás pudo aportar mucho a la humanidad, nunca se sabrá.

Nos dan a elegir en la abundancia de su prepotencia entre la paz o la estabilidad, desanimando toda iniciativa ciudadana de crecimiento y prosperidad con excesivas reglas o la criminalización del consumidor. Nos acorralan para escoger entre el tirano o el caos total, porque si no elegimos quedarnos con el opresor entonces es la debacle y la muerte total, por eso ante ese escenario desolador, tenemos que soportarlo sacrificando nuestra libertad e independencia renunciando a la democracia y a los derechos ciudadanos que por naturaleza tenemos. Ese es el eterno chantaje y extorsión a que nos somete.

El orgulloso obstaculiza lo bueno, el altanero no comprende la humildad, el hipócrita desea el bien, pero en realidad quiere el mal, el tirano desperdicia en la abundancia, ostentación y opulencia mientras su gente se hunde en lo paupérrimo, el ingrato nada en derroche y el envidioso quiere regalado lo que a otro le costó tanto trabajo y sacrificio conseguir.

Nada está perdido mientras haya un ciudadano con sentimientos de amor a su país y conciencia social, mientras haya personas así, hay esperanza.

Ing. Marlon José Navarrete Espinoza.

22 enero 2019.

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